Ayer en el pasillo de consultas externas del semisótano, mientras caminábamos comentando los pacientes de la sesión de relevo de la guardia, mis ojos se cruzaron con otros ojos y comenzaron a querer reconocerse. Apenas le había visto la cara anteriormente con esto de las mascarillas (ayer también la llevábamos), salvo cuando empezábamos a sedarla antes de hacer la exploración endoscópica en la que casi a diario o cada 48 horas estaríamos “trabajando” más de una hora para conseguir que mejorase. Nuestros ojos se adaptaron, tardaron unos segundos, un guiño. Isabel: ¨¡te he conocido por tus ojos!¨. Yo: ¨¡y yo a ti!¨. Y no podría haber sabido quien era de otro modo, porque allí, sentada en una de las sillas de espera del pasillo, con su porte y su pelo de peluquería, su elegancia vistiendo y una desbordante alegría por estar viva, había dejado completamente atrás a la mujer que durante semanas fue mi paciente en endoscopias, cuando tratábamos de hacer todo lo posible porque la infección de un páncreas que se había muerto tras una inflamación grave se solucionase. Y la mejoría era tan lenta, que costaba no desalentarse. Insistir en aquello que creías que era lo mejor para ella se hacía a veces difícil, estando demasiado cerca de una cirugía que queríamos evitar a toda costa.
En la medicina, en el ejercicio de la misma, hay pocas cosas que estén claras al cien por cien. Actuamos siguiendo nuestro conocimiento adquirido en libros, artículos de revistas científicas, cursos y congresos, experiencia (sí, también, esclavos de nuestras experiencias)… Pero todo puede resultar mentira en un paciente, porque nos movemos por porcentajes, por riesgos relativos y absolutos, y eso es difícil de entender, sobre todo para quien se lo tienes que contar. ¨Porque si yo tenía solamente un riesgo de un 5% de que me diera una pancreatitis con esta prueba, ¿cómo es que he tenido una pancreatitis?¨
Después de que se reconocieran nuestros ojos y ella se pusiera en pie, y me diera cuenta de que incluso era más alta que yo (yo no soy baja) a sus sesenta y pico años, más esbelta de lo que yo hubiera esperado al tenerla guardada en un recuerdo encamada sin apenas poder moverse, nuestros cuerpos se abrazaron. Y no fue un abrazo de compromiso. Fue un abrazo del alma, en el que ella estaba agradecida y yo agradecida y emocionada de poder abrazarla así, de pie, encajando nuestros brazos perfectamente, con un sentimiento inexplicable que me hizo temblar todo el cuerpo.
Hay pacientes que permanecen para siempre en nuestros recuerdos, que te hacen querer ser mejor persona, que te dan lecciones de vida, que te despabilan cuando crees que tú tienes problemas… Hay pacientes que te hacen desear estar a su altura. Solo puedo hacer todo lo posible por estarlo.

Me encanta leerte campeona
Si ya me gusta verte en la pista y disfrutar con vosotros del atletimos ,leerte me gusta mucho más, siempre lo digo eres un ejemplo
a seguir un abrazo guapa,