¨¡Qué suerte he tenido, papá, me ha caído todo lo que me sabía!¨Así salía yo allá por el año 1995 de hacer los exámenes de selectividad, sin poder creer en mi buena estrella, aquella que hacía que todo me saliera bien, la que había hecho que fuera una atleta de pruebas combinadas que había batido récords de España en categoría infantil y cadete, ganar campeonatos nacionales, ir con la selección española a la Copa Jean Humbert en Italia, fichar por el club Larios con 16 años y conseguir la nota de acceso a la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid.
Siempre tuve la sensación de no merecerlo del todo, pero ahí estaba la suerte, la buena suerte, y contra eso yo poco podía hacer. Nadie se daba cuenta de que yo era una impostora, que sin saber cómo, había conseguido ciertos logros que solo podían estar reservados para gente que realmente trabajara por ello.
La buena suerte siempre me ha perseguido y me ha hecho creer no merecer llegar tan lejos. No me malinterpretéis, he trabajado, he luchado, he ido a por ello… pero no con la intensidad suficiente, aquella que yo creía necesaria, no con todo el potencial y el empeño, que no sé de qué manera yo había intuido que serían los precisos para no ser desmerecedora de todo aquello que me ocurría.
Tuve mala suerte. Yo quería ser atleta de medio fondo y mi entrenador pensó que era mejor que hiciera pruebas combinadas porque casi todo se me daba medianamente bien. Lloré por mi mala suerte: fui atleta de combinadas. Mi entrenador, Juan Salvador, falleció con 54 años, cuando yo aun no había cumplido 16. Poco antes de morir me decía casi sin poder articular palabra, consumido por su enfermedad, que cuando yo fuera a las Olimpiadas él estaría viéndome desde el cielo. Era mi padre atlético. Estricto, duro, pero totalmente entregado a que yo fuera una buena atleta (de combinadas). Cuando murió creía no tener lágrimas hasta que vi como introducían su ataúd en el nicho y cataratas brotaron de mis ojos.
Tuve mala suerte. Me fui a Madrid con una beca denegada en el Centro de Alto Rendimiento fruto de un mal año previo por lesión (y más cosas). No importaba. Entrenaría con el club Larios, primero en Aluche, y luego, cuando el tiempo no me daba para entrenar las combinadas, en Moratalaz con los fondistas. Duró poco. Clases y prácticas interminables, horas de metro y una sensación de no tener el control de nada de lo que pasaba en mi vida terminó con mi sueño de ser atleta profesional.
Busqué la suerte, le di la vuelta a la tortilla, pasé por el desierto, con días terriblemente largos, llamadas diarias a mis padres llorando porque no aprobaría nada, con ganas de dejar la carrera y volver a Almería. Yo quería ser mediofondista, estudiar INEF y volver a mi casa. Primero de medicina era horrible, todo estaba lejos en Madrid, no había mar y hacía mucho frío.
Llegó la primavera y todo se reorganizó por arte de magia, por mi buena suerte.
