31º fragmento -Un dolor físico que no lo es: la tristeza y sus anejos.

El dolor precordial bien podría ser anginoso, pero lo ha experimentado tantas noches a lo largo de los últimos meses que ya ha dejado de hacerle caso. Su corazón es fuerte, ella es joven y lleva una vida sana y equilibrada que casi parece de anuncio, no cree que sea este órgano vital la fuente de sus males. Y sin embargo, es un dolor tan del corazón…

El día va transcurriendo lento. La mañanas son un auténtico desafío, porque lo que antes era una rutina perfectamente armonizada ahora se le presenta como una sucesión de tareas insoportables que confunde, deja inacabadas, regresa a ellas, olvida, en medio se le cae algo de las manos, o guarda la leche abierta en la despensa y el pan en la nevera. Aun así cumple, aunque haya derrochado minutos valiosos, cumple.

Y es que no ha pasado nada distinto. O tal vez sí y no ha sabido reconocerlo.

Su vida raya la perfección. Buen trabajo, bien considerada en él, una familia que cualquiera querría tener, no es fea, un marido que la quiere, libertad para hacer prácticamente lo que quiera, todos los desafíos que quiera plantearse… tan trabajadora y simpática, tan atenta… Y sin embargo ella piensa que todo es de mentira, o tal vez ni si quiera lo piense, solo basta con que sea incapaz de apreciar todo lo que los demás ven.

El dolor retroesternal vuelve a despertarla. Otra noche más. Sabe que tarde o temprano se pasará y podrá volver al sueño, pero ya se va cansando de su presencia y desea con todas sus fuerzas hacer algo para que desaparezca. Así que empieza a considerar la opción de que se trate de algo orgánico: un reflujo gastroesofágico o un trastorno de la motilidad tal vez (los nudos esofágicos que le cuentan sus pacientes en las interminables consultas de la bola). ¿O será funcional?

Se concentra en la nada, en el color azul. Hace respiraciones profundas en decúbito supino siendo consciente de llenar sus pulmones, de cómo entra el aire y desde esas esponjas rosadas el oxígeno recorrerá todo su cuerpo, para que luego los órganos devuelvan el CO2 que en breve tendrá que exhalar. Lo repite una y otra vez hasta que su mente queda vacía y su cuerpo limpio de toda preocupación. Desaparece el dolor. Por fin vuelve a dormirse.

Suena el despertador a las 6.30 am. Otro día igual. Con el mismo sentido que tenía hace unos meses y sin embargo ha dejado de tener sentido. Y es que no sabe qué le ocurre, no tiene la mas mínima idea de por qué tristeza se ha adueñado de los mandos y ha provocado hasta un dolor físico que le impide descansar. Es incapaz de encontrar una salida y tampoco tiene claro que sea capaz de expresar en voz alta cual es el motivo de esta anhedonia.

A pesar de todo, se mantiene firme en sus obligaciones y en las decisiones que tomó cuando no le dolía el pecho por las noches. Sabe que esto también pasará, que ahora lo único que tiene que hacer es seguir avanzando en la dirección que ella misma había trazado. Que todo esto solamente son cambios bioquímicos y hormonales internos, donde ahora mismo debe de estar librándose una batalla para encontrar el sentido de todo.

No hará uso de fármacos que intentarían simular felicidad, o adormecer su cuerpo, o controlar ese peso opresivo del pecho frenando la ansiedad. Ella sabe que lo conseguirá sola, que algún día algo hará click y todo se recolocará. Que en algún momento sabrá identificar el origen, dejará de tener pendientes las tareas que le abruman y será capaz de hacer todo aquello que hoy se le hace un mundo. Tal vez solo necesite un punto de apoyo. Uno que le valga ahora, que tenga sentido, que la centre y la recomponga.

Respirar pensando en nada, correr centrada en cada zancada y en cada latido del corazón, respirando a bocanadas, cambiar la química interna… Leyó que si sonríes cuando estás triste, al poco comenzarás a sentir alegría. Si sonríes cuando corres, el cansancio será menor. Tenemos ese poder.

A veces los cambios comienza de fuera a dentro. Confía. Inténtalo. Ve a por ello. No desistas. No pongas excusas.

Esto también pasará.

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