125º fragmento -Me compré un vestido, teniendo mil (para ir a una boda)

Martina se puso el mono que su abuela le había hecho para la boda de su tío Rodrigo y su tía Cristina hace tres meses y medio (que casi no le puedo abrocha con el estirón que ha pegado); Daniela un vestido mío que no tuvo muchos usos y que a ella le encantó, y le arregló su abuela Carmen para que le quedara perfecto; Claudia se puso encantada el vestido que llevó Daniela en la boda de su tío Francis y su tía Karina; Alex…, “el traje de las bodas” (con alguna de las corbatas y camisas que ya tenía) y yo…, me compré un vestido. Ayer. Me encantó.

No hicimos bingo por mi culpa.

Y es que esta vez me declaro culpable. Había dejado de pensar en qué ponerme porque una de las ventajas de no haber cambiado mucho de talla en los últimos 30 años, es que puedo seguir usando vestidos que tengo desde que comencé a acudir a bodas como invitada. La mayoría de ellos mi madre me los hacía con tiempo de antelación (a veces a última hora). Recuerdo las revistas de confección, Patrones y Burda (esta última nos gustaba menos), donde mirábamos los modelos (a veces los tuneábamos). Yo sacaba el patrón, y de ahí, jamás pasé. Mi madre cortaba e hilvanaba la tela que habíamos conseguido adquirir por una auténtica ganga en el mercadillo o en el sótano de Marín Rosa. Me probaba. Lo normal es que yo dijera que eso no era lo que yo quería. Ella siempre decía: “Si esto se va a quedar bien. Ya verás cuando esté bien cosido”. Yo dudaba y me imaginaba que aquello no iba a haber manera de que quedara mínimamente ponible. Ella lo ajustaba, lo cosía, y puede que yo quitara los hilvanes…

Cuando me lo volvía a probar, mi madre había hecho magia. Todo quedaba divino, y tenía un modelo exclusivo listo para acudir al evento de turno.

Ayer, un día antes de la boda, tenía pensado ponerme un vestido que me hizo ella hace unos 15 años, de una tela de seda con un estampado maravilloso, cuello halter, cortado al bies, por encima de la rodilla, y con lazada en la cintura…, pero no terminaba de verme. Y pequé. Y me llevé a Daniela a mirar…, a ver si caía algo de última hora. Y cayó.

Y no era la primera vez que me daba una vuelta para ver si algo me gustaba, eso sí, con pocas pretensiones de comprar, porque pensaba que podía elegir sencillamente uno de los anteriores, que antes no se subían tantas fotos a las redes sociales, y haciendo un ligero recuento, tenía por lo menos tres modelos que seguramente nadie me habría visto antes…, pero me dejé llevar totalmente cuando me probé el vestido que he llevado puesto hoy.

Conformé mi conciencia cuando miré a Daniela, metida conmigo en el probador, y pensé en que en un año ella podrá ponerse mi ropa, la podremos compartir (además de tener un estampado estupendo para otras muchas ocasiones que puedan venir, no tan formales como una boda).

Me compré un vestido, teniendo mil. Bueno, mil no, pero muchos entre los que elegir.

Programé la obsolescencia de mis vestidos de fiesta.

Ahora tengo muchos de ellos puestos en Vinted. Vestidos con tan poco recorrido que parecen nuevos, ocupando espacio en un armario que apenas se abre a lo largo del año. Algunos ya están en manos de otras dueñas.

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