Si sales de trabajar a las 20.30, desde las 8.00 que entraste, lo mejor es no mirar el reloj, salir con la ropa de deporte puesta (ya sin ninguna vergüenza), directa al coche para llegar al estadio, aparcarlo, y comenzar a correr lo más pronto posible. Sin pensar.
Si empiezas a revisarte el cuerpo encontrarás motivos incontables para seguir rumbo a casa arrastrando los pies, cabizbaja, soñolienta, y terminando con un día gris. Si a tu mente le das tiempo a buscar excusas, comenzará a llamarte mala madre (“tus hijas ya se habrán acostado cuando llegues”), irá allí donde más pueda dolerte, haciéndote creer que si no vas a casa directamente, jamás tendrás el perdón de tus guerreras. Y durante un tiempo, no pude deshacerme de esa punzada en el estómago que en más de una ocasión me hizo pasar de largo por la puerta del estadio, diciéndome que por no entrenar un día, no pasaba nada.
Sin embargo, de alguna extraña manera, he llegado a la conclusión de que la disciplina también se entrena, y que si te descuidas, se tambalea. Es por eso que difícilmente renuncie a entrenar un día de los 6 pautados habitualmente, ya salga el sol por Antequera. Moveré cielo y tierra, o buscaré la manera, o lo adaptaré al tiempo que tenga… para que no quede en cero absoluto, porque todo cuenta. Y es que, cuando la fuerza de voluntad falla, esa que aparece cuando la motivación está presente, la disciplina te mantiene donde decidiste estar, incluso aunque por un momento hayas olvidado el motivo que te llevó a ese lugar.
Al final, esto de llegar tarde a casa desde que salí a primera hora de la mañana sucede una vez por semana, si no cuento cursos, congresos y otros eventos extraordinarios que se puedan dar. La mayoría de días como con ellas y nos repartimos Alex y yo para llevarlas a sus actividades, o simplemente estar en casa (las menos).
Cuando salgo de una guardia, para seguir con el busca fuera del hospital me compré una riñonera y unos auriculares para llevarlos mientras entreno por si me llaman. Suelo tener suerte, y salvo algunas excepciones donde he tenido que interrumpir entrenamientos, la mayoría de las veces si hay una llamada suele ser justo cuando he conseguido sentarme a cenar cerca de la 22.30. Temo el sonido del móvil. Hace unos días, cuando ya había decidido que podía ir realizando la abluciones previas a meterme en la cama, sonó el maldito. No hubo ni margen para discutir si debía subir o no a realizar una endoscopia urgente, porque lo era por donde lo mirases. En ese momento se produce una activación inmediata de cuerpo y mente. Ropa cómoda y lo justo para poder entrar en el hospital (llaves, cartera, y tarjeta identificativa). En 15 minutos estoy entrando por urgencias en un día que tengo suerte porque Elena ya lo tiene todo preparado en observación para ponernos con el lío.
A la una y media estaba en casa con los ojos como platos y el cuerpo molido, desconectado de una mente que aun iba a mil por hora, tomándome un cola-cao para intentar atraer a Morfeo.
Sé que tardará en venir. No es fácil pasar de la activación a unas condiciones ideales para iniciar el sueño. El día siguiente es lo más parecido a una resaca de alcohol, con el cuerpo tan cortado que ni una buena siesta conseguirá ponerlo en su sitio.
Pero el entrenamiento… lo hice. Otro para la saca.

