Mientras terminamos de preparar todo lo necesario para comenzar la colonoscopia a Puri, la vamos distrayendo preguntándole sobre los motivos que la han traído aquí, los hijos que tiene, si se cuida… Cada paciente entra a la sala con todo su mundo, y las primeras preguntas nos sirven la mayoría de las veces para ir distendiendo el ambiente, y en muchas ocasiones, terminan abriéndose a nosotras, contándonos cosas que seguramente no contarían a nadie más, porque saben que no volverán a vernos y no hay peligro con nuestro silencio.
Puri ha pasado de los 65 años y lleva con su sobrepeso (una obesidad grado II si hablamos sin tapujos) prácticamente toda la vida. Son de buen comer en su familia. Ella, ama de casa y madre de dos hijos ya cercanos a los 40 e independizados, está a punto de requerir oxígeno domiciliario porque arrastra una bronquitis crónica de fumadora que no puede con ella, de forma que al moverse menos, más peso va cogiendo. Recientemente la han diagnosticado de un cáncer de pulmón, que ella acepta con cierta serenidad.
Damos por sentado que no puede pasar sin el tabaco, a pesar de que ni huele como un fumador, ni los dientes lo reflejan, ni encontramos el tinte amarillento de la nicotina en sus dedos. “¿Ha fumado usted mucho?”, le pregunto. Y esta pregunta, que parece una obviedad y que se diría que solamente va a hacer sangre, en parte sale de la necesidad de achacar enfermedades de mal pronóstico a factores externos de los que yo lucho por librarme. “Nunca he fumado” dice “salvo todo el humo que he tragado en mi casa porque sí lo hacían mi marido y mis dos hijos”.
Puri ha estado más de 40 años inundando sus pulmones con el humo de otros, el humo que exhalaban los pulmones de sus seres más queridos, los mismos que por desconocimiento, o por insensatez, fumaban en su casa con las ventanas cerradas, importándole bien poco que ella le pidiera que no lo hicieran, y que finalmente terminara por cansarse y aceptara que era una batalla perdida.
Sus hijos y su marido le regalaron una enfermedad pulmonar crónica que le hace parecer estar sumergida en agua, luchando por conseguir algo de oxígeno, y un tumor del que probablemente no saldrá.
Mi suegro, y antes su hermano, fueron diagnosticados de un cáncer de las vías urinarias. Nunca se llevaron un cigarrillo a la boca, pero la hostelería ya se encargó de hacerlos tenaces fumadores pasivos, ocasionando todos los destrozos posibles en su cuerpo.
El placer que debe generar el fumarse un cigarrillo es tan inmediato que para nada permite pensar que estés metiendo veneno en todo tu cuerpo, acumulándose en cada uno de tus órganos, organizando alteraciones en tu ADN que transformará a tus células en tumorales. Es fascinante que una droga tan dañina no solo para el que ha decidido pegarse patadas en la espinilla, sino para los que los rodean (incluidos, y sobre todo, niños) esté tan aceptada.
Y no solo hablamos de cáncer en casi todos los órganos que sospeches, sino de enfermedades cardiovasculares que te hará tener hipertensión, un infarto, o un ACV (entre otros).
Las respuestas que ya me deja ojiplática cuando hablas con algún fumador es la de “Mira fulanito, no fumaba y tiene un cáncer de pulmón”, o “De algo hay que morirse”. De acuerdo, hay tumores no asociados al tabaco (otros si los están, fueron fumadores sin saberlo -esos pobres pasivos-), y cada uno puede hacer con su cuerpo lo que le plazca. Pero dos cosas: cuidado con lo que haces con los que están a tu alrededor, porque ellos no eligieron estar al lado de un mentecato/a; y que sepas que es muy probable que dejes de fumar cuando ya sea tarde.