183º fragmento -Fuertes y sanas

Este fin de semana hubo sobredosis de azúcar en mi casa. No para mí, que sigo siendo más o menos estricta y ya no solo me guío por los instintos más básicos, pero sí, y sobre todo, para mis dos más pequeñas. Y ya venía esto arrastrado desde el cumpleaños de Claudia, pero además se sumó una tercer o cuarta celebración del día de su cumpleaños, un cumple de una amiga suya del cole, y una última celebración que agrupaba todos los cumpleaños cercanos en los últimos 15 días que aun no habían podido ser cantados ni soplados.

Galletas, chocolate, tartas, golosinas… y por la noche la veo que quiere cenar leche con galletas. A esto le llamo yo desconfiguración absoluta. La miro de reojo cuando veo que echa mano de las galletas y le digo: “¿No crees que ya por hoy es suficiente?” (por hoy y por todos los días previos). Y me mira con esos enormes ojos rodeados de pestañas que parecen llevar rímel y ladea la cabeza buscando mi aprobación, inútilmente. “Ahora te toca fruta”. Y se toma la fruta y la leche. Y más tarde decide sentarse a cenar “sano” con el resto de los que faltábamos por completar el día.

Por otro lado, el estado de excitación de Claudia es similar al de un electrón que se encuentra fuera de su órbita, intentado estabilizarse, pero sin saber muy bien cómo. Lo mismo grita, que llora, que no se quiere duchar, que se queja de sueño, que no se quiere acostar, que no sabe donde ha puesto la tarea, ni cuantas fichas tenía que llevar…

Me sobrepasa. Y al rato de intentar que se calme, decido meterme en la cocina a poner lo que queda en orden y gritar: “Alex, acuéstalas tú, pro favor”. Y allá que va él con toda la paciencia que yo ya he perdido.

Una vez en la cama, llega la ronda de besos de mamá previa al sueño. Pero me encuentro con Claudia sentada en el cabecero de la cama, sin muchas ganas de acostarse, incordiando a la hermana. Un cuento, dice.

Vale. Me acuesto entre las dos, con serenidad renovada. “Os voy a contar cómo funciona el tubo digestivo para que obtengamos energía y por qué es tan mala el azúcar” (¡chúpate esa!). Protestan, una vez. “O eso, o nada”. Y comienzan a escuchar atentas cómo la comida que pasa por nuestra boca, llegará a convertirse en energía para que todos nuestros órganos puedan desempeñar su labor; cómo las grandes cantidades de azúcar que se absorben rápidamente hacen creer a nuestro cuerpo que hay que guardarlo todo mediante la llave que abre las puertas de nuestro almacén (músculos, hígado y panículo adiposo); como lo que ya no cabe en nuestros músculos y nuestro hígado pasará a nuestra grasa por si algún día necesitamos energía extra; como la insulina, de tanto usarla, puede que deje de tener su efecto deseado y las puertas de los almacenes no se abran y todo el azúcar siga circulando por nuestros vasos, estropeando todo lo que toca… Y me invento hombrecillos que abren puertas, y otros que recogen los nutrientes, y batidoras en el estómago, y órganos oxidados, y todo lo que pueda mantenerlas atentas… y respondo a todas las preguntas que les van surgiendo.

Y sé que merece la pena explicarles el por qué, porque ya he escuchado a Martina diciéndole a su hermana Claudia por qué motivo hay ciertas cosas que solamente podemos comer excepcionalmente, cuando ella era la primera adicta al chocolate en mi casa.

“Es que hay que estar delgada”, dice cuando ya casi acabo con la explicación. De eso nada, Martina, yo no he dicho eso, aunque seguramente sea el resultado de alimentarse bien y tener una buena actividad física. Hay que estar fuertes y sanas.

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