184º fragmento -El caso es no parar

Tener una mañana libre y que alguna de las hijas comience con fiebre y dolor de cabeza, y de garganta… van de la mano.

No recuerdo una mañana sin jornada laboral en la que no haya ocurrido algo por lo que haya tenido que trastocar todos los planes de esa mañana que prometía ser super productiva, así que no queda más remedio que adaptarse.

A las 2.30 am Claudia entraba sigilosamente en nuestra habitación (la oigo antes de que haya decidido levantarse) para informarnos, a su padre y a mí, de que se le había escapado un poquito de pis, y tenía frío.

El poquito de pis ha sido suficiente para tener que cambiar toda la ropa de cama intentando no despertar a la hermana y lo más rápido posible para no desvelarnos para siempre; el frío que tenía era directamente proporcional a su cuerpecillo ardiendo cuando la he cogido en brazos para cambiarla y lavarle el culillo. Cambio de cama, cambio de niña, apiretal al canto, y en menos de 5 minutos ya estábamos dispuestos a dormir la segunda parte de la noche. Cada vez cuesta más volver a conciliar el sueño.

Hoy estaba yo en casa, y aunque Claudia parecía estar perfecta, no tuve la suficiente maldad como para mandarla al cole con un Dalsy recién tomado. Por un momento me acordé de cuando Daniela era pequeña y sabía que ese día yo no iba a trabajar. Inventaba cualquier excusa para no ir al colegio, o bien hacía que a media mañana llamaran desde allí por un dolor repentino de barriga, uno insoportable de cabeza, o incluso encontrarse mareada. Y eso que el cole siempre le ha gustado, pero estar con su madre en casa, más. Si lo conseguía, tenía que continuar simulando su malestar, porque si no, ya sabía que la mandaba de nuevo al colegio. Así que si por un momento yo la pillaba en un renuncio y se lo hacía saber, inmediatamente comenzaba con el teatro. La solución fue que nunca más supo cuando yo me quedaba en casa. Todos los días, aunque no tuviera que ir por la mañana al hospital, me vestía y cogía todos los aperos como cualquier otro día de trabajo.

Mi Claudia no simulaba. Difícil de simular una fiebre termometrada en axila sin una lámpara cerca a la que arrimar el termómetro. Pero estaba tan estupenda, que a media mañana mi diablillo ha empezado a actuar, invitándome a realizar el entrenamiento de fuerza en el gimnasio del CNA, que a esa hora estaría vacío. Coge su muñeca, su bolso con un bocadillo y agua, y su ropa de deporte para poner en práctica los vídeos de Youtube de gimnasia que ve, y salimos por la puerta. Vuelvo a por el Apiretal, por si acaso.

Mini calentamiento juntas, medias sentadillas, press de banca, lounges, braceo con mancuernas, hip-trust, cuádriceps, gemelos, bíceps femoral y core en general, mientras que ella, con mi toalla y una colchoneta, hace sus ejercicios. Me encanta verla.

Poco a poco su nivel de actividad disminuye de forma sospechosa, y la veo que se tumba. Toco su frente y saco a escondidas el Apiretal (solo hay una persona en el gimnasio que mira al frente a través de la ventana con unos cascos puestos y subido a una elíptica), que se toma sin rechistar. Termino haciendo cuádriceps con ella encima, abrazada.

Salimos. Vuelvo porque no encuentro la tarjeta de acceso, que sin pensar metí en una chaqueta que guardé al fondo de la mochila. Ella se ríe de mí cuando la encuentro, de mi mala cabeza, le hace mucha gracia que me olvide de cosas tan simples. Hace las rectas de transferencia conmigo (tampoco estaba tan mala, pienso con sonrisa maliciosa) y volvemos a casa pasando por una máquina de vending que ella mira con ojos de deseo, y un porque yo lo valgo resuena en mi cabeza. Se lo ha ganado.

Tan bien le ha sentado el paracetamol, que nos da tiempo a hacer hasta la compra “Ancal Paquito”. Vemos a la tata, que da fe de que cumplo con mi compromiso de comprar en la tienda del barrio.

Esta tarde, mientras yo trabajaba haciendo endoscopias, en el Whatsapp podía leer: Está con 39ºC. Meto en la receta electrónica la amoxicilina y voy a recoger a las dos mayores, que practican pértiga en el estadio de forma autodidacta (preciosas y perfectamente compenetradas). Me da tiempo a meter mis 6K progresivos acabando en 3.28. Llego a casa y le veo las placas en la garganta: empezamos antibiótico (tras una lucha de poder en la que el “No quiero antibiótico” sonaba como un eco por toda la casa). Fin del día.

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