Da pereza empezar a competir. Y no me refiero a las competiciones populares que se plantean como una fiesta sin más pretensión que disfrutar de ellas, sino a la competición en pista, sobre todo cuando ya has sembrado para que hayas expectativas de como tiene que ser la vuelta al ruedo, y tú, mirando los entrenamientos del periodo precompetitivo, ni si quiera tienes muy claro que vayas a cumplir con lo mínimamente esperado.
Da pereza pero al mismo tiempo siente ganas de romper a correr. Como si de un nacimiento a una nueva temporada se tratara, despidiendo el año empezando a ver donde te encuentras y hacia donde hay que dirigir los pasos. Los resultados no solo dependen de los entrenamientos que vayas realizando, hay tantas variables como puedas imaginar. Y así, aunque el viernes por la tarde en Antequera después de salir de trabajar no parece la mejor carrera con la que descorchar la botella, tampoco puedo decir que esté mal, porque en parte, este handicap que es estar hoy de guardia, y mañana trabajando, parece distender la exigencia que representa dar las siete vueltas y media al anillo de la pista cubierta en compañía de mis amigas y competidoras (que afrontarán este comienzo invernal más o menos como yo).
Hoy descanso, de correr.
Aprovecho la mañana para acompañar a Daniela al estadio a que haga las series que más le cuestan en un clima que más parece de primavera que de final de año. Con las ganas me he quedado de ponerme de deporte para hacer aunque sea un calentamiento que active músculos y tendones antes de mañana, pero tengo el tiempo justo para luego salir pitando al hospital, así que, reposo absoluto previo a intentar correr en un ritmo que no sé si seré capaz.
Ahora que soy mayor (je je), me doy cuenta de lo relativo que es todo. El tiempo de estudiante quizá fuera también el mejor para poder entrenar. Ahora hay tantas cosas que ocupan mi día que el descanso es un lujo prácticamente inalcanzable. Leía el otro día en una entrevista a una joven atleta, cómo había mejorado al poder descansar ahora que había terminado su grado en fisioterapia. Vida de atleta, decía. De atleta casi monje: dormir 8-10 horas; desayunar en condiciones; entrenar en sesión matutina; comer de forma adecuada; siesta; entrenamiento de tarde, fisio y/o psicólogo deportivo; tiempo libre/descansar, cenar y dormir. Y todo eso para conseguir llegar a lo más alto en un deporte demasiado poco reconocido en nuestro país. Todo eso para apostar con todo a que llegará a unas olimpiadas, con premios por el camino que alimentarán esas ganas de seguir teniendo una vida casi de monje, porque habrá merecido la pena.
Era más fácil competir o echar a correr cuando nadie contaba conmigo, cuando las marcas mejoraban de forma vertiginosa sin saber muy bien por qué y cada vez que me enfundaba los clavos era para mejorar el tiempo. Las mejoras se hacen cada vez más difíciles, y aunque mantener el nivel alcanzado, incluso algo menos, siga siendo un éxito, a todo se acostumbra uno, perdiendo la perspectiva.
A ver que nos depara. mañana.

