He mirado el reloj del coche, y hace justo media hora que salí del garaje para dirigirme a hacer la compra. Se ha convertido en una especie de contrarreloj conmigo misma. Una vez decidido que no hay más remedio que ir a hacer la compra, el crono mental parece ponerse en marcha justo cuando salgo por la puerta, así que desde ese mismo momento todo cuenta. Bajar por las escaleras, llevar las llaves preparadas para abrir la puerta del garaje y las del coche en la otra mano, corretear hacia el coche… Las bolsas reutilizables al carro, y un circuito perfectamente estructurado en el supermercado (no he abandonado la tienda de barrio) para ir cogiendo desde lo más pesado a lo más ligero, colocando lo que requiera frío todo junto… como si se tratara de una gincana que hay que acabar lo antes posible.
Embolsar, pagar, subir las cosas en el maletero, conducir hasta casa, estacionar delante de la puerta que da al ascensor para descargar, aparcar el coche, subir, meter las cosas en la casa y rezar porque esté Alejandro para que lo coloque todo mientras yo me voy cambiando para ir a entrenar.
Miro el reloj, 33 minutos he tardado. Marca difícil de bajar. Algo habrá que pensar.
Pues sí, me di cuenta de que hasta haciendo la compra compito por rebajar el tiempo dedicado a algo que no es más que una necesidad.
Ya sé que el ahorro de tiempo podría ser mayor si hiciera la compra por internet, pero esto me robaría el placer de ser yo misma la que elija lo que compro y cómo lo coloco, de encontrarme con gente que hace tiempo que no veo, y de seguir rebajando segundos en esta actividad.
He estado repasando tareas que se repiten en mi día a día y en todas encuentro una forma similar de actuar. Busco la manera más eficiente de hacer las cosas, porque no solo tengo en cuenta el tiempo que tardo, sino la calidad con las que las hago: desde la tortilla de patatas, hasta pasar la aspiradora.
El tiempo, cuando hay tanto por hacer, adquiere un valor incalculable.
Una de las artimañas que me he dado cuenta que utilizo, es ajustar el tiempo de inicio de la tarea al máximo. Por ejemplo, tengo que hacer la compra y tengo que recoger a las niñas del colegio, pues ajusto la hora de ir a comprar justo antes de la salida del cole (33 minutos antes). No es procrastinar, aunque lo posponga, es encajar la actividad necesaria en un espacio de tiempo lo más limitado posible, así no hay distracción, no hay posibilidad de dedicar más tiempo a esa tarea…
Problema: pueden surgir imprevistos, pero ¿y cuando no?. Por ahora va funcionando, porque además ya he dejado de pensar en si me dará o no tiempo, lo hago y punto, porque lo único que puede pasar es que cuando vaya por el detergente me de cuenta que ya no habrá tiempo para coger los huevos (aun no me ha pasado)
Lo que más cuesta es arrancar. La mente empieza a divagar y juega a hacerte la pirula convenciéndote de que ya no hay tiempo para eso que querías a hacer, y sin darte cuenta si que puedes caer en la procrastinación, que solo empeorará la situación de ansiedad que se se había empezado a fraguar con el mero pensamiento de tener que hacer algo.
Así que lo mejor es dejar de pensar. Si has pensado que hay que hacerlo, pues manos a la obra, porque retrasarlo es lo que peor nos hace sentir, lo que nos llena de esa terrible ansiedad por falta de tiempo. Las tareas pendientes son las mayores responsables del malestar interno, y no hay nada más satisfactorio que cerrar tareas de la forma más eficiente posible.

