A veces hemos imaginado si tuviéramos la vida de otros…, y nunca he deseado ser otra persona.
Estamos sentados en la mesa número 5 de una boda de incontables invitados, la mayoría desconocidos para mí. A mi lado, mi hija Daniela, y un poco más allá, mi prima Laura, cinco años menor que yo, con su marido, y las niñas que aparecen de vez en cuado, cuando consiguen escapar de los monitores que han puesto para entretenerlas (igual que las mías).
Mi prima es una persona extraordinaria. Siempre la veo de buen humor, da igual que pasen meses sin vernos, que siempre será como si nos acabáramos de despedir. Habla por los codos, y me encanta que lo haga, que me cuente cosas (yo hablo menos, y consigue que la escuche a pesar del ruido). Lleva junto a su hermano el taller de chapa y pintura que ha sido siempre de su padre, que ahora está jubilado, porque cuando los estudios tuvieron que interesarles, eran más un castigo que una salvación. Sus ojos brillan contando todo lo que hace y cómo lo consigue hacer, como transcurren sus días cuando llega la rutina del otoño. Quiere que sus hijas sean conscientes de lo importante que es estudiar, y se ríe mientras me cuenta que les enseña sus manos llenas de grasa y de suciedad del taller, que apenas puede conseguir que se vaya ni con lejía, para explicarles que si no quieren eso, que a esforzarse y estudiar. Y lo consigue (aunque no creo que sea solo por sus manos). Me muestra la manicura que le han hecho, como si fuera un auténtico milagro.
A veces nos confunden, aunque no seamos muy parecidas, pero la gente de la Cañada, que nos recuerda de niñas, algún aire parecido tienen que ver entre nosotras, porque no es la primera vez que nos lo dicen a las dos. “Más quisiera yo ser mi prima Alejandra”, dice ella que les responde cuando la confunden. Y a mí me da cierto reparo escuchar esas palabras. Si ella supiera que yo la escucho hablar con esa pasión y con ese desparpajo y me alegra el día; con esas ideas claras sobre lo que tiene que hacer y cómo quiere educar a sus hijas; que valoro tanto lo trabajadora que es; que me encanta cómo es capaz de ponerse en el lugar de las otras personas y recordar detalles de cada una que yo jamás retendré…
Mi prima es una persona extraordinaria, y espero que lo sepa. Yo solo puedo enumerar algunas de las cosas que la hacen así, pero estoy convencida de que hay muchísimas más que no puedo ver por no compartir más tiempo con ella.
Nunca he deseado ser nadie que no fuera yo, y no porque me considere mejor que las demás, sino por tener una especie de certeza de que hay partes de mí que no quiero perder por nada del mundo, y las que no me gustan forman parte del conjunto que soy yo. Las unas no sobrevivirían sin las otras, y además, siempre es un reto intentar cambiar aquello que no te gusta. Si te paras a pensar, si tuvieras la vida de otra, no solo te llevarás las luces que te encandilan, sino también las sombras que desconoces.
No quiero ni el dinero que tienen ellos, ni ser tan guapa como ella, ni un trabajo como el suyo, ni una casa como la de ella, ni un pelazo Pantenne como el de mi prima… Nunca habrá luces sin sombras.
Creo que la mayoría de las personas son extraordinarias, y no saben que lo son.
Ser extraordinario es una actitud, no tiene nada que ver con tus posesiones, ni con tu oficio, ni con tus estudios, ni con tu físico, ni tu inteligencia.

