“Don’t let the old man in” decía la canción inspirada en la respuesta que dio Clint Eastwood a la pregunta de cómo con su edad (rondando los 90) conseguía mantenerse activo (No dejes entrar al viejo).
Yo no dejo entrar a la vieja. Una forma fácil de dejarla entrar es dejando de hacer cosas que por la edad que tienes se presupone que ya no haces. Vistas desde fuera, pueden parecer tonterías, que no significan demasiado, y que tampoco te van a asegurar la juventud eterna, pero si lo piensas bien, la senectud no aparece de la noche a la mañana. No te levantas un día siendo viejo, si no, menudo horror. Nos miramos todas las mañanas al espejo, unas veces más conscientes que otras, sin que percibamos prácticamente ningún cambio, y sin embargo, cuando repasamos las fotos de hace unos años apreciamos el cambio que tan continuo y silencioso se fue dando en nuestro exterior.
De forma casi inconsciente trato de seguir haciendo cosas que se le presupone solamente a un joven (y me hacen sentir orgullosa de mí misma). Idioteces, tal vez. Me gusta tirarme de cabeza al agua en la playa y avanzar buceando todo lo que pueda hasta tener que tomar aire de forma irremediable, sacar la cabeza mirando atrás y comprobar cuan lejos he llegado; me gusta seguir haciendo el pino poniéndome cabeza abajo aunque nunca haya conseguido aguantar en esta posición más de 2 o 3 segundos; me gusta jugar con mis hijas en la piscina a tirarme de cualquier forma que se les ocurra (bailarina, rana, cabeza, espaldas, bomba…); disfruto cogiéndolas y lanzándolas por los aires en el agua porque siempre vuelven a por más; me encanta ir a la cuarta planta de Torrecárdenas desde el semisótano subiendo los escalones de dos en dos y sintiendo que no me canso tanto como cabría esperar; sigo tratando de aprender cosas nuevas, tanto dentro como fuera de mi trabajo, investigando sobre aquello que me gusta y me motiva ahora que toda la información está tan accesible; me muero por ir a entrenar intentando hacerlo cada vez mejor para correr un poco más rápido, o enlentecerme un poco menos cada día; y no puedo evitar revolcarme con las olas los días de poniente en el Cabo…
“No dejo que entre el viejo, decía el actor”. A veces le cuesta echarlo, pero sigue luchando con todas sus fuerzas para que por muchos achaques que vaya sumando por el uso de un cuerpo perecedero, el viejo salga disparado por la puerta, y levantarse cada día con ganas de seguir viviendo, con muchísima ilusión por hacerlo.
Porque al final, este pasar del tiempo del que te vas haciendo más consciente cuanto más te alejas de eso que llaman la época de la máxima plenitud física y mental (tal vez la década de los 20), se convierte en una competición, donde tu cuerpo y mente puede que te pidan descanso y que te relajes, y que adoptes comportamientos asumidos para tu edad en una sociedad donde el envejecimiento parece estar programado y donde a todo el mundo le gustaría estar tan activo como Clint a su edad, pero sin tener que invertir todo el esfuerzo que llegar hasta ahí ha supuesto. Tal vez ese esfuerzo no sea tan grande (tal vez solo sean pequeñas cosas -lo que no usas, se oxida), tal vez solo tengamos que incorporar a nuestro día a día hábitos, acciones, comportamientos… que dimos por perdidos por cumplir una edad.
Me acuerdo de otra frase que leí hace un tiempo: No dejo de bailar porque me haga vieja, me haré vieja cuando deje de bailar (y habrá que luchar contra muchos obstáculos, y buscar la forma, y adaptarlo a tu vida, y estar dispuesto a renunciar, a priorizar y a saber qué es lo que de verdad importa).
A mi vieja, le va a costar entrar.