Estar a la expectativa de lo que hagan o digan los demás para justificar tu estado de ánimo debe de resultar no solo agotador, sino tremendamente estresante. Poner en otro cesto que no sea el mío la responsabilidad de mi felicidad es algo que con el tiempo he aprendido a ver como poco efectivo y demasiado expuesto a incontables variables, variables del todo incontrolables por otra parte, como si de una lotería se tratara. Tú ánimo supeditado al azar de las circunstancias que te rodean a más o menos distancia.
Así como no elegimos gran parte de las cosas que nos suceden, y ni si quiera en esta afirmación puedo estar del todo de acuerdo, sí que somos totalmente responsables de nuestra respuesta a cada uno de los eventos que se van produciendo en nuestro día a día y de la importancia que le demos a cada uno de ellos. Eso sí que va a marcar cómo nos vamos a sentir, cómo se liberarán hormonas y neurotransmisores en nuestra sangre y espacios sinápticos para transformarse en repuestas de ritmo cardiaco, de nuestras pausas en la inspiración, de nuestra temperatura, de nuestra sudoración… toda nuestra bioquímica interna transformada en la emoción que hará que nuestros días transcurran de forma maravillosa o como una auténtica pena.
Mi felicidad no puede estar supeditada a otra cosa que no sea yo, a lo que yo decido hacer o sentir. Y aunque puede que en ciertos momentos esto sea del todo incontrolable, en seguida tenemos que ser capaces de activar los mecanismos necesarios para paliar el terremoto interior que se desata para volver lo antes posible al equilibrio que nos diga que la vida, no solo merece la pena, sino que además es increíble.
Me parece imprescindible estar permanentemente motivada por vivir. La motivación tiene que nacer desde las cosas que puedan parecernos totalmente insignificantes, hasta los logros más extraordinarios, pero sobre todo, necesitamos estar en paz y saber reconocer las primeras para poder pasar al siguiente escalón.
Primero las victorias internas, las que yo solamente puedo ver o percibir, después llegarán las externas, las que contagiarán a los que nos rodean. O tal vez no. O tal vez no contagien a todo el mundo, pero eso nos debe dar igual mientras estemos conforme con nuestra elección y el camino elegido.
Cualquier cosa la puedes transformar en una victoria, desde la preparación de la cena con todo el esmero, a la lectura del libro en la cama antes de que se cierren los ojos, al desayuno preparado de forma exquisita y disfrutado en compañía, o a solas, con la luz perfecta en la cocina; al diagnóstico certero de un caso difícil; a la sonrisa del paciente que venía aterrado… Los logros cotidianos están por todas partes, solo necesitan ser percibidos. Ellos son los que más felicidad liberan en nuestro día a día.
Mi felicidad no está supeditada a la de los demás, a lo que los demás hagan o digan. Demasiado azar, demasiado incontrolable, demasiado ineficaz… La felicidad la construimos a cada instante. Y este entrenamiento consciente de percibir el mundo que nos rodea de forma extraordinaria, como cualquier otro entrenamiento, solo puede hacer que esta percepción positiva mejore día tras día.

